lunes, 14 de julio de 2014

[C/P] Lola, la gata que volvió para despedirse



Lola, la gata que volvió para despedirse


Era lunes por tarde, una tarde fresca de primavera. Después de comer, me dirigí al despacho donde tenía que pasar las próximas cuatro horas archivando unos viejos documentos, cuya existencia se remontada a varias décadas atrás. Era una habitación oscura que olía a años de papel acumulado, a polvo y a olvido.


Abrí el ventanuco que daba al corralón –que, no sé por qué, me recordaba remotamente al “callejón del gato” de Valle-Inclán-, única ventilación de la pequeña sala. En el alféizar aún estaban intactos el plato de pienso y el recipiente con agua que le había dejado a Lola hacía tres o cuatro días, la última vez que vine.
Lola era una gata tricolor callejera que se había encariñado conmigo y me venía a ver cada tarde, acompañándome con su ronroneo y sus caricias en mi meticulosa tarea, la cual hacía más agradable y llevadera.

Esperé un rato contemplando la pared gris de enfrente, perdida en mil pensamientos. Me extrañó que Lola no apareciese corriendo y maullando por la esquina del corralón, como solía hacer cuando detectaba mi presencia por allí. Hacía tres o cuatro días que no venía, de hecho.

Pensé que quizás había parido, aunque yo me habría percatado de su preñez, y que estaría ocupada con sus cachorritos, escondida en algún agujero de un patio vecino.
Abrí el armario, los cajones de mi mesa y preparé el material necesario para proseguir con mi trabajo.

Acababa de poner en marcha el ordenador y oí con alegría el inconfundible maullido de Lola.
“¡Por fin!” –pensé – Me levanté de un salto y corrí hacia el ventanuco. “¡Lola, bonita! ¡Lolitaaa!
Pero no vi a nadie afuera. No volví a oír su maullido.

Permanecí dos o tres minutos mirando por la ventana, esperando ver aparecer a mi fiel compañera. Nada.
“Bueno, ya vendrá cuando le parezca” –pensé-. Y seguí con mi tarea.

Salí del despacho sobre las siete de la tarde. Al pasar por delante de Eugenio, el portero, le pregunté si había visto a Lola. Él también la conocía y le traía comida de su casa muchas veces.

-¿Lola? – me preguntó con una expresión un tanto triste- ¿No sabes lo de Lola?
- No, Eugenio, ¿qué…?
- Es que Lola… la encontré el jueves por la noche, al salir de aquí… al lado del contenedor de la basura. Seguramente un coche… pobre…

Sentí un desgarro en el pecho y los ojos se me inundaron de lágrimas. Pero se me escapó una leve sonrisa al pensar que ella, aquella tarde, había querido despedirse de mí.

Este relato es real, y fue enviado por Pasélinos a nuestro blog el 27/06/2014 (no este sino el de gatos domésticos).







Que buena historias :')
Fuente: GATOS DOMESTICOS

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