jueves, 23 de octubre de 2014

Espacios Públicos imperfectos I



La playa no es ya un espacio natural, ni siquiera antropizado, forma parte de un nuevo escenario planetario llamado antropoceno. En este escenario de lo imperfecto, existen también otros espacios públicos. Las playas forman así parte de este mundo sin exterior. Son entonces conglomerados de operaciones donde se representan diferentes políticas, modos de consumo de los cuerpos, infraestructuras marítimas del ocio y del deporte o modelos normativos y de control en un espacio “relajado”.

La playa es un espacio público limitado. A uno de sus lados, siempre se encuentra el agua, motor junto con el clima de la potencia ilimitada de este espacio urbano. Hablamos de playas urbanas occidentales con sus contaminaciones y sus banderas verdes. Lugares que se han desarrollado durante el siglo XX y se han propuesto como laboratorios de experiencias sensoriales estacionales.

Quizás los fotógrafos hayan puesto su mirada antes y de una forma más incisiva que los arquitectos en este espacio urbano. Describiendo 4 fotografías podremos realizar una mirada transversal a este lugar de lo cotidiano.


La playa es un museo de lo ordinario.

Imagen 01. Pelican Beach. Face in the crowd. 2013. Alex Prager.

No hay tantas cosas que diferencien un museo de una playa. Las multitudes inter-relacionadas en el mismo espacio y temporalidad, los grandes eventos que atraen al público, la condición de deseo por acceder al espacio y una forma de representación colectiva. Espacios intergeneracionales, donde se dan cita numerosas formas diferentes de representación. Aunque también las mismas formas de exclusión y representación del poder. Pensemos en los vendedores de collares y gafas de sol.

Una playa es un paisaje que tiene la capacidad de aumentar las experiencias sensoriales del espacio público. Muchas veces íntimas, pero que rápidamente pasan a ser públicas. Un territorio de experiencias sensoriales micro que llenan el espacio pasando a ser un lugar donde cada individuo puede performar una representación propia y más desligada de las convenciones que en otros espacios públicos congestionados, como los aeropuertos, salas de congreso, salas de cine… Pero las distancias de la proxémica, de las que ya hablamos en otra entrada, se rompen en la playa y lo íntimo se desvela público y las condiciones públicas de la multitud se encierran en una caja negra con la que es muy difícil trabajar. Todos observamos a todos: es un espacio de interacción múltiple en todas direcciones.

Pequeños objetos habilitados por las marcas comerciales, hacen de la playa un lugar donde cada nodo multipersonal establece su dominio, y sus cercado invisible. Toallas, neveras, sombrillas, zapatillas crean un límite desde el que establecer tu propiedad momentánea y desarrollar tu idea del mundo desde la que consumir el escenario. Nuestros hábitos cotidianos se hacen visibles en este lugar privilegiado desde donde podemos contemplar algunas realidades sociales, es decir, materiales y humanas. Como en un museo, nuestra capacidad crítica entra en juego para observar y destilar realidades.


La playa es una práctica.

Imagen 02. Playas. Massimo Vitali

La playa es un lugar donde grandes infraestructuras de ingeniería costera, como diques y barcos areneros, conviven con otras más dúctiles que sectorizan la playa y ordenan su funcionamiento como las balizas flotantes, los dispositivos de ocio hinchables o la habilitación temporal de espacios para el baño como el de la imagen de Massimo Vitali. Una infraestructura efímera, resiliente y adaptable que permite tener acceso al agua de una manera más sostenible que el aumento de la superficie de arena de las playas por métodos destructivos de flora y fauna marina para practicar un espacio.

La playa es un ecosistema del baño, la estética, el cuidado personal y la salud. La primeras aproximaciones colectivas a la playa fueron realizadas por una aristocracia cultivada que veía en ella un lugar donde mantener hábitos saludables y terapéuticos más relajados que en los balnearios. Pero en ese momento, existían un repertorio de normas reglamentarios que regulaban los horarios, las exposiciones al sol, los que podían y los que no usar la playa y la ocultación de los cuerpos de la cabeza a los pies. Todavía hoy guardamos muchas de estas normas que establecen la separación de playas en función de la desnudez de los cuerpos. Es interesante analizar en este caso, como la regeneración de algunas playasantes separadas por diques de rocas, han disuelto el límite entre playas nudistas y textilistas, y son ejemplos de convivencia simultánea en la diferencia donde cada individuo puede elegir su forma de estar sin excluir a otros por el hecho contrario. Por otro lado, las playas son también el motor de la innovación ligada a la industria textil. La reducción de superficies textiles en el cuerpo ya no son solo cosas de mujeres sino también de hombres; tras el bikini mínimo aparece el penekine como objeto textil de paridad.

El baño, el ocio, el descanso en cualquiera de sus variantes de los usuarios de la playa también generan el trabajo, la economía y la supervivencia para los trabajadores de este espacio. Policías, socorristas, evaluadores de la calidad ambiental, restauradores de chiringuitos y vendedores al sol forman el otro ecosistema que permite que el otro funcione.

Habitar la playa, es habitar una práctica ligada al contacto del cuerpo con el sol y el agua. O quizás ya no es solo así.


La playa es un centro comercial.

Imagen 03. Indoor beach. Martin Parr.

La democratización de la playa, se dio en la costa Este española de la mano de la presión inmobiliaria. La emancipación de una masa de ciudadanos con capacidades de crédito para establecer un lugar de residencia estival desarrolló las grandes infraestructuras de ocio, hostelería y turismo “de calidad” que hoy conocemos. Lugares como La manga del Mar Menor, planeado por Antonio Bonet en los años 60, es hoy un hito en un urbanismo playero. La presión inmobiliaria transformó el patrimonio natural de la península de La Manga en un territorio devenido en playa para todos.[1]

Pero para poner en práctica las actividades contemporáneas nada mejor que un centro comercial. Como hemos dicho antes, las playas forman ya parte de un conglomerado de operaciones más complejas que se insertan en dispositivos como los grandes centros comerciales. Aparecen aquí como espacios heterotópicos ubicuos que nos encontramos ya por doquier. La playa es entonces un dispositivo temporal. Es decir, un espacio para consumir tiempo. Una infraestructura de ocio para permanecer bajo las bóvedas de consenso[2] el mayor tiempo posible. Un lugar que no se diferencia mucho de los citados anteriormente salvo por contener una vigilancia y control mayor que los anteriores en cuanto a su acceso y su climatología particular. Las playas indoor, como las del WEM, espectacularizan lo cotidiano para acercarlo lo más posible al momento por antonomasia: el shopping.Cualquier actividad que seamos capaces de imaginar estará lo más ligadamente posible al acto de comprar.

Estas playas son más un artefacto o máquinas de consumir naturaleza enlatada que un escenario simplemente espectacular. Una forma de urbanismo indoor que produce cualquier elemento del imaginario colectivo ligado al placer, al descanso y a la diversión. Las olas, son el reflejo de la pulcritud con la que se elaboran estas representaciones urbanas y producen de nuevo estos espacios públicos imperfectos, donde es necesario fijar la atención para producir otros escenarios críticos posibles.


La playa es una temporalidad auto producida.

Imagen 04. Playa de Barcelona años 80. Pablo Pérez Mínguez.

La playa se construye cada día. Desde los rituales domésticos de preparación, su despliegue como ciudad ocasional, y su desmantelamiento al anochecer. Durante todo el día se suceden variaciones incontroladas del espacio que mediante una superficie adaptable, amoldable y modificable permite que casi todo sea capaz de suceder en este espacio. Desde lo individual a lo colectivo, del deporte a los conciertos, fiestas y festivales. Un espacio capaz de asumir la incertidumbre del momento y las necesidades especificas des-reguladas. En sus diferentes estacionalidades también es capaz de adaptarse a condiciones climáticas diferentes que muestran otra manera de utilizar espacios urbanos de diferentes maneras. Las masas muestran su cara más amenazadora y aplastante pero también incluyen historias vulnerables y frágiles. ¿Qué podemos aprender de ellas? ¿Qué sistema regulatorio y normativo hemos creado en nuestras ciudades que podemos dividirlas entre las que tienen y las que no tienen playas?

Lo que la ciudad pide cuando dice que Madrid necesita una playa, no es el agua, ni la arena, ni siquiera el sol. Madrid, al igual que otras ciudades, necesitan nuevas formas de plantear lo urbano. Modos que permitan que la flexibilidad y la adaptabilidad no sean solo condiciones espaciales sino que permitan que los cuerpos y otras representaciones sean posibles en los espacios públicos perfectos que hemos construido.

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Notas
[1] Segundas residencias. Veraneo en La manga y turismo de calidad. Miguel Mesa. http://medialab-prado.es/mmedia/13175/view
[2] WEM. Una máquina para consumir ciudad. http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=16346



por Mauro Gil-Fournier — Martes, 8 de julio de 2014
Fuente: La ciudad Viva

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